Portada  |  30 octubre 2024

Diego cumple: los tatuajes del 10, las historias y la vigencia

Así recuerdan los santafesinos al astro del fútbol mundial en una nueva fecha de su nacimiento.

Deportes

Diego Armando Maradona cumpliría este miércoles 64 años, de los cuales vivió 60 de pura adrenalina, en los que influyó de manera gravitante en el fútbol mundial, lo que lo llevó a ser considerado "el mejor futbolista de todos los tiempos".

Maradona nació el 30 de octubre de 1960 en el Policlínico "Evita" de Lanús, y fue el quinto hijo del matrimonio de Diego "Chitoro" Maradona y Dalma Salvadora "Tota" Franco, que vivían en una humilde casa de Villa Fiorito.

Debutó en la Primera División de Argentinos Juniors el 20 de octubre de 1976, en la cancha que hoy lleva su nombre y apellido en pleno barrio de La Paternal, que forma parte del circuito cultural de Buenos Aires.

A lo largo de su carrera, a fuerza de goles y habilidad, consiguió marcar récords, hitos y se emparentó a fuego con la Selección argentina, pese a que César Menotti lo dejó fuera del Mundial de 1978 y él, tal vez como revancha, logró el Juvenil (hoy Sub 20) en Japón 1979.
Salió campeón con Boca. Pasó al Barcelona, donde tuvo hepatitis y le rompieron un tobillo. Se peleó con la dirigencia blaugrana y llegó a Nápoles, donde lo adoptaron como su hijo dilecto y lo elevaron al mismo sitial de San Genaro, el patrono de la ciudad.

Además, desde 2020, el estadio napolitano también porta su nombre. Enfrentó las críticas, las provocó. Vivió una vida de locura, llena de presión y excentricidades, y un día la droga tocó a su puerta y cruzó el umbral.

Marcó el gol más hermoso de toda la historia del fútbol contra Inglaterra en México 86, el día del nacimiento del "barrilete cósmico", y dejó también el recuerdo de "La Mano de Dios", con la que engañó a propios y extraños, con una sonrisa pícara y sus rulos "Made in Fiorito".

Tuvo sus batallas con la FIFA. Despotricó contra la AFA. Defendió a los "jugadores de fútbol" y su figura siempre fue la de un líder natural, que como el Quijote, salió a pelearle a los molinos de viento, ya sea por el horario de un partido o por el dinero que les pagaban.

Alzó la Copa del Mundo en México 86. Lloró con la medalla de subcampeón colgando del cuello en Italia 90, a sabiendas que el equipo fue apenas un resabio de lo que brilló cuatro años antes, pero le espetó a los italianos su bronca porque le silbaron el himno: "Hijos de puta".

Fue suspendido por doping. Engordó. Se peleó con la prensa. Confesó a los cuatro vientos su adicción y fue juzgado y sentenciado. Pero también fue a la prestigiosa universidad de Oxford a enseñarles un poco de "inspiración".

De la humildad de Fiorito alcanzó palacios de jeques árabes y la realeza europea. Se afincó en Cuba durante una larga temporada, para recuperarse de sus adicciones. En Uruguay estuvo "clínicamente muerto".

Los partidos que jugó los ganó y los perdió por igual. Dentro de la cancha su zurda siempre tenía reservada una función más. En la vida terrenal, la sociedad muchas veces no le perdonó su arrogancia -cual escudo defensivo- o su sinceridad para decir lo que pensaba.

"Lo juro por Dalma y Giannina", fue una de sus frases de cabecera, con la que trataba de que la gente creyera lo que estaba diciendo. Más de grande, por su nieto Benjamín, a quien llevaba tatuado en su brazo al igual que sus hijas.

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