Débora Ruíz Díaz afronta el peor castigo que puede tener una madre: ver sufrir a Valentina, su hija de 6 años, que padece una enfermedad incurable y sólo puede acompañarla para hacer que su vida sea lo más normal posible.
“A ella le diagnosticaron esta enfermedad cuando yo llevaba seis meses de recibida, para mí fue un balde de agua fría, ya que las características eran todas malas porque no hay cura ni medicación”, explicó Débora, quien antes de pertenecer a la fuerza porteña había comenzado el curso para unirse a la Policía Bonaerense.
Los médicos le dicen que su hija podría vivir hasta los 25 o 30 años debido a un debilitamiento en los músculos, pero ella trata de no pensar en eso y disfruta el día a día para mantener la llama encendida de que la ciencia algún día pueda regalarle la bendición de la cura.
“Mi hija es la que me transmite fuerza. A ella le encanta bailar y salir a pasear, así que trato de vivir el día a día con ella y hacerla feliz”, contó Débora, quien a pesar de ser madre soltera destaca el acompañamiento que tiene de parte del padre de la niña en los tratamientos médicos.
La oficial, que hace tres años integra las filas de la Policía de la Ciudad, a pesar de este panorama encuentra las energías y las sonrisas para regalárselas a su pequeña.
La enfermedad de Valentina
La “guerrera” Valentina padece una Distrofia Muscular Congénita de Ullrich por déficit de colágeno VI. Esta enfermedad registra 50 casos en todo el mundo y se la diagnosticaron cuando la oficial llevaba seis meses en funciones en la fuerza.
“Hoy puedo decir que tomé la mejor decisión de estar acá, porque en ese momento estuve a punto de dejar todo. Ver sonreír a mi hija es el mejor combustible que tengo para levantarme cada mañana”, resaltó la integrante de la Unidad Contención Femenina (UCF) de la División de Operaciones Urbanas (DOU).
“Hace un año que estoy en la UCF y nosotras intervenimos cuando hay manifestaciones o cualquier tipo de espectáculo deportivo o marcha. Somos ocho mujeres en la Unidad y es un orgullo pertenecer a la fuerza y demostrar que las mujeres también podemos”, afirmó.
“Me ayuda un montón estar con mis compañeras porque más allá del trabajo que hacemos, en cada guardia encontré un apoyo en ellas. Entre nosotras siempre hablamos, nos ayudamos, aprendemos, nos contenemos si hace falta, y hacemos que todo problema se haga más ligero. Para mí, son mucho más que compañeras de trabajo. Son analistas, psicólogas y madres. Siempre después de cada guardia, todas terminamos contentas deseándonos un buen franco y detrás de esas palabras se esconden miles de sentimientos y deseos de volver a vernos bien”, resaltó.
Esa efusividad que encuentra Débora en la Unidad la traslada cuando regresa a su hogar y se reencuentra con Valentina.
“Tratamos de tener una vida lo más normal posible. Después de cada guardia, si llego temprano la acompaño a la escuela y vamos a terapia dos veces por semana y a kinesiología. Hago todo lo que ayude a desarrollar sus músculos para que tenga una vida lo más independiente posible. Es una guerrera, dicho por los médicos, nunca se da por vencida, y yo tampoco. Seguiré peleando”, enfatizó la oficial sacando a relucir su fortaleza única de madre.
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