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El "Trinche" Carlovich: el crack invisible que se fue al cielo en bicicleta
Por Miguel Bossio
Hay cracks que no merecen morir nunca. Menos, un tipo como el Trinche Carlovich, al que hace pocos meses Maradona le dijo “Vos fuiste mejor que yo”. Más allá de si futbolísticamente fue igual o más que Diego, el Trinche no merecía morir y menos de la manera en la que se fue hoy, en Rosario, a los 74 años: falleció en un hospital a las 9.30 luego de sufrir un violento asalto. El miércoles lo tiraron al piso para robarle la bicicleta y golpeó fuerte su cabeza contra el asfalto.
En el peor de los casos, si le tenía que llegar el día, lo mínimo que merecía es que lo vinieran a buscar en una limousine manejada por Alfredo Di Stéfano. Aunque claro, conociéndolo, no hubiese aceptado jamás subirse a una limousine. Era de barrio, era de pueblo, era de los silenciosos… Fue el que bailó a la selección argentina en 1974 jugando para un combinado rosarino. Fue al que Pelé, por celos, no aceptó en el Cosmos de Estados Unidos. Fue el que, al conocerlo a Maradona, dijo que su vida estaba hecha y que ya podía partir en paz…
Tomás Felipe Carlovich fue el ídolo invisible, ése al que todos los futboleros admiramos aun casi sin haberlo visto jugar. Rosarino del barrio Belgrano, jugaba con la 5 o con la 10 en la espalda. Tiraba caños, pero de a dos: si no era doble, no le interesaba. Llegó a jugar dos partidos en la Primera de Central, pero su poco apego a la disciplina profesional lo alejaron de las ligas mayores. La descosió en Central Córdoba de Rosario, Colón de Santa Fe, Independiente Rivadavia y Deportivo Maipú. En Mendoza se ganó otro apodo: Rey.

“Para mí, jugar en Central Córdoba era como jugar en el Real Madrid”, decía siempre el Trinche. Si se lo hubiese propuesto, habría jugado en los mejores clubes del mundo. Pero no era ambicioso. Anécdotas que lo pintan de cuerpo entero hay varias. Como el día que los hinchas de Central Córdoba lo encontraron afuera de la cancha comiéndose un chori y tomándose un vinito. Le preguntaron, preocupados, si ese día no jugaba: “Sí, juego. Díganle al técnico que me agarró hambre pero que ahora voy”. O la de esa otra mañana que estaba todo el plantel en el micro y el Trinche no aparecía. Los dirigentes lo fueron a buscar a su casa: “Hasta que no me traigan 700 cigarrillos, no me subo al micro”. Era tan exquisito e indispensable que enseguida le trajeron el pedido. Subió al micro, viajó, jugó y la rompió.
El dolor en Rosario y en todo el mundo futbolero es enorme. El miércoles por la tarde, según testigos, un ladrón joven lo golpeó en la cara para robarle su bicicleta nueva. El Trinche cayó al suelo y golpeó fuerte su cabeza. Una fisura de cráneo y un derrame cerebral terminaron con su vida un día y medio después. La Policía rosarina detuvo a cuatro personas pero debió liberarlas por no encontrar pruebas en su contra.
Leyenda de pantalones cortos y perfil bajo, Carlovich no era de ir a la cancha últimamente. Se indignaba por los malos tratos que algunos futbolistas actuales le dan a la pelota. Elogiado desde siempre por Menotti, por Pekerman y, claro, por Maradona. Cuando Gimnasia viajó a Rosario a jugar por la Superliga, quisieron conocerse. El Trinche se arrimó al hotel donde se concentraba el equipo de Diego. “Lo primero que hizo fue acordarse de mi vieja. ‘Trinche, la concha de tu madre...’ Entonces vino y me abrazó. Me empezó a hablar al oído y no paraba. Hasta me firmó una camiseta y me puso 'Trinche, vos fuiste mejor que yo’. Yo le respondí que con esto ya estaba hecho, que mi vida estaba completa. Después de conocerlo a Maradona me puedo ir tranquilo. Tuve un lujo enorme que siempre quise tener: conocer al mejor jugador del planeta”.